Símbolos masónicos y la Historia encerrada en un viejo panteón
Nota y producción de Tere Capdevielle - A poco de ingresar en el cementerio, un antiguo panteón que para el catastro municipal tiene la denominación “1-677” interpela al ocasional visitante con su imponente mole gris y la cúpula rematada por cuatro extrañas figuras sobre cuyo significado no es fácil hallar respuesta. La fachada, por sobre el atractivo frontón y entre las letras Alfa y Omega, proclama la propiedad del monumento funerario: “Familia Alfredo Barotto”.
Con alguna dificultad se alcanza a ver en un muro interior el “OJO del Gran Arquitecto”. A escasos metros, la tumba de CECIL ELSDALE NEWTON muestra los clásicos símbolos masónicos de la escuadra, el compás, la clepsidra y la rama de acacia. Las construcciones que lucen esa simbólica -y son varias en nuestro cementerio- dicen en forma indubitable de un pasado en el que la masonería estuvo presente en San Francisco con la adhesión de conocidos vecinos cuyos nombres están ahí, en lápidas que el tiempo va borrando y el olvido empuja lentamente a un pasado sin retorno…
Nietas de Alfredo Barotto
Una reciente visita guiada al cementerio organizada por el Archivo Gráfico, avivó mi curiosidad y motorizó la búsqueda de información para dar sustento a esta nota. Me resultó imprescindible, entonces, conocer al contribuyente responsable del “1-677” para saber quiénes fueron en vida sus ocupantes. La gentileza de María Eugenia Santoni y Marta -su madre- de “Rectificaciones Santoni”, permitieron avanzar felizmente en esa dirección. Fue gracias a ellas que Nélida y Elba Barotto, nietas de Alfredo, accedieron a una entrevista.
Elba y Nélida Barotto , con Juan Gennaro
Me reciben en J.B.Justo 545 domicilio del Dr. Juan Gennaro, el sobrino que se prodiga dándoles en todo momento amorosa contención y que también participa con entusiasmo de la charla, sumando datos sustanciosos. Con sus orgullosamente declarados 95 y 92 años Nélida y Elba tienen una lucidez asombrosa que impacta a poco de conocerlas. Puedo reconstruir a través de sus relatos, y del valioso aporte de Juan Gennaro, los pasajes salientes de la historia familiar que me llevó hasta ellos:
El Abuelo Barotto
A fines del siglo XIX, atraídos por las políticas del gobierno argentino orientadas a la promoción de la inmigración, Alfredo Barotto y su esposa Josefa Appendino dejaron el suelo natal de Cúneo, en el Piemonte, y embarcaron hacia su nuevo destino. Sus nombres están entre los de los primeros colonizadores de San Francisco. José Bernardo Iturraspe les vendió un campo al que con el tiempo fueron agregando nuevas tierras. La familia, que se fue agrandando con la llegada de los hijos (tres mujeres, una de las cuales murió muy joven, y cinco varones) desarrolló esforzada y tenaz labor agrícola que les permitió alcanzar una próspera posición económica. Testimonio de la amistad que unió a Alfredo Barotto con el fundador de la ciudad, es un hermoso bastón que aún conservan (lo tiene María Elena Barotto, residente en Col. San Bartolomé) y que Iturraspe le obsequió “para que reemplazara la rama de paraíso” que habitualmente le servía de sostén.
Con orgullo, Nélida cuenta que el abuelo Alfredo compró el primer automóvil Dodge que exhibió la agencia local de la marca.
Dr. Gennaro me aporta un dato que yo desconocía: la superficie que ocupan el Parque Industrial y el cementerio de la colectividad israelita, fue parte de la propiedad de Alfredo Barotto. Le cuento que en el sitio https://familysearch.org/ “, se encuentra información correspondiente al censo nacional de 1895 -presidencia de José Evaristo Uriburu- , consignándose que ha sido censado Alfredo Baroto (con una sola “t” ) de 42 años, casado, en la pedanía Juárez Celman, departamento San Justo, provincia de Córdoba. Habían pasado nueve años de la fundación.
No eran masones
Resulta inevitable que la charla se oriente hacia el panteón familiar que despertó mi curiosidad y fue tema disparador para la entrevista. Sobre el particular Nélida, Elba y Juan aclaran con énfasis que Alfredo Barotto no era masón. Es posible, dicen, que los profesionales a cargo de la construcción lo hayan sido y que esa condición los llevó a dejar su impronta en la obra. El enigma, para mí, sigue vigente…
El Panteón “1-677”
Desde la imponencia de su estructura, el monumento funerario de la Familia de Alfredo Barotto impacta además por el intenso tono grisáceo y los matices negruzcos del moho que ha cubierto la casi totalidad de la superficie. El tiempo, implacable, acelera el deterioro que se acentúa rápidamente fuera y dentro de la construcción. No obstante, la estética de la obra sigue siendo conmovedora. Nélida, Nelba y Juan dicen que fue construido después de la muerte del abuelo, ocurrida en Córdoba el 2 de junio de 1923, cuando tenía setenta y un años. Poco después la viuda dispuso la erección del panteón, en cuyo interior hay 22 cajoneras para otros tantos féretros. Ella falleció el 3 de enero de 1928, a los 73 años. Ambos, Alfredo y Josefa, descansan juntos en el “1-677”. Al pie del altar, se halla la caja de mármol que contiene sus restos. Hasta hace algunos años, estuvieron además en ese ámbito los de Amalia Abratte y Ana C. Barbatti; Francisco, Antonio, Blanca, Dominga, Alfredo (h.), Leonides Jesús, Arturo, Magdalena, Miguel, Edith Isabel y Beatriz Barotto. Durante años, por una importante rajadura en la cúpula se fue filtrando al interior el agua de las lluvias; las cajoneras y los ataúdes se pudrieron, lo que obligó a la reducción de los cadáveres y su reubicación.
Intuyo un destino incierto para el hermoso panteón. La puesta en valor significaría a los herederos de Alfredo Barotto una erogación significativa. Tal vez… (quiero creer que es posible) exista en el gobierno municipal o en el concejo deliberante algún espíritu sensible que apueste a la preservación del patrimonio cultural e histórico de la ciudad y detenga su atención en esta obra que clama por una reparación urgente. Claro que…recuerdo.. muy cerca está, abandonada a su suerte, la bella tumba de CECIL ELSDALE NEWTON - Maestro, pedagogo, científico, fundador de escuelas, segundo director y responsable del magnífico edificio de nuestra Escuela Normal- que hace décadas fue declarado monumento histórico, sin que se cumpla ese mandato… San Francisco sólo lo recuerda como “el inglés masón que quería a los perros”…
Papá Antonio…
Nélida y Nelba no ocultan la emoción al evocarlos: Margarita Morello, nacida en Quebracho Herrado, y Antonio Barotto - hijo de Alfredo- , sus padres. Les cuento que en internet consta que él tenía siete años al momento del censo nacional de 1895. Los recuerdos les fluyen espontáneamente y resulta muy gratificante escucharlas desgranar detalles de hechos y anécdotas que están ahí, en sus memorias privilegiadas y en la sensibilidad que se les percibe a flor de piel…
Narran que la casa paterna estaba en los terrenos que hoy ocupa el parque industrial, y que permaneció intacta hasta hace poco tiempo. Sus dependencias fueron usadas en algún momento como sede del Club de Rugby “Los Charabones”. El predio, en el que pude reconocer más tarde restos de lo que fue la construcción, pertenece hoy a una fábrica del complejo.
Los nacimientos, la partera
Nelba cuenta que casi todos los hermanos nacieron en esa casa. La madre era atendida en los partos por la Sra. Pieri, una querida obstetra amateur cuya actuación es recordada con afecto por antiguas familias que en esos orígenes requerían sus servicios en cada nuevo alumbramiento. Les recuerdo que ella fue madre de un prestigioso médico, el ginecólogo Dr.Pieri. Las contingencias de la vida en el núcleo familiar, tales como la llegada de un nuevo niño, movilizaban a parientes y vecinos, siempre generosos y dispuestos. Era habitual, me cuenta como ejemplo, que alguna prima con habilidades para la costura se instalara en la casa a principios de cada temporada y confeccionara todas las prendas que las niñas iban a necesitar.
La vida familiar, los amigos, el esparcimiento, la escuela
“-Papá era muy familiero”, dice Nélida, amaba a sus hijos y visitaba seguido a la abuela, su madre, que había quedado viuda.”. Toda la familia realizaba visitas de cortesía a los amigos colonos de las cercanías. Desde este lugar tan distante en el tiempo, asombra oírlas contar cómo en las reuniones de familias, mientras los chicos -que eran muchos- se entretenían en juegos y travesuras, los hombres hablaban “principalmente de negocios” y las mujeres se abocaban solamente a preparar la comida.
Pregunto: -¿Se leía en la familia? Al unísono me responden: - ¡Claro! En casa había libros y se recibían los diarios La Nación, Córdoba y La Voz de san Justo, que juntamente con la correspondencia retirábamos en la Casilla N° 4 del Correo (por ese entonces ubicado en la esquina Libertad y Libertador Sur) . En una suerte de evocación impregnada de nostalgia y ternura, Nélida dice en voz baja: -…y las novelas románticas…¡Cómo me gustó “STELLA”!...… - después la protagonizó en cine Zully Moreno “ y agrega : “ -el autor César Duayén, era una mujer” (Después, el Google me confirmaría que el filme “Stella” , de 1943, fue protagonizado por Zully Moreno y que el autor del guion, cuyo seudónimo fue César Duayén, …. se llamó Emma de la Barra y era...obviamente .¡una mujer! ) ¡Fascinante memoria!
Antonio Barotto y su esposa no descuidaron la educación de sus hijos. De pequeña Nélida fue pupila en el entonces Colegio “Inmaculada Concepción” donde cursó la escolaridad primaria. También fue alumna de la escuela de Luis A. Sauze, época de la que recuerda a la docente Srta. Reginelli y a la directora Luisa Pistone, quien había accedido a llevarla cada día en su auto por una módica suma. Elba, asistió a las clases que en Colonia San Bartolomé dictaba una maestra de Córdoba traída a la colonia en automóvil (no existía el servicio de colectivos), que fue la responsable de asistir en su formación a los niños de varios colonos de la zona. La niña y su maestra vivieron durante cada año escolar -fueron tres- en la casa del pariente que la había contratado. Elba, de esa época, recuerda con entusiasmo su afición por la matemática. -¿Le gusta sacar la raíz cuadrada? me pregunta; con sólo mirar mi expresión se ríe a carcajadas y concluye: -… a mí, en cambio, me encantó siempre … era una luz para los números!... Los demás hermanos, aclara, pudieron terminar la primaria en la Escuela Yrigoyen. Pensando en su futuro laboral, mientras Nélida se capacitó en corte y confección, Elba eligió ser bordadora. El destino tendría para ellas un trabajo muy alejado de esas femeninas opciones.
Tiempo de bailes…
Ya adolescentes, y dependiendo de la buena voluntad de alguna familia amiga que accediera a llevarlas ya que el padre había muerto, las hermanas solían ir a bailar. Sonríen con picardía mientras memoran las tertulias danzantes en Empleados de Comercio y en Unión Social, éste en la calle Iturraspe entre Mitre y Colón. –Qué les gustaba bailar? pregunto. Mientras Elba se pronuncia por un rotundo: -¡Todo!, vals, pasodoble, foxtrot… su hermana se entusiasma con un -¡Tango!...adoro, dice, los tangos de Francisco Canaro… La Cumparsita…El Choclo…. Eso…eso ¡era como el himno nacional! remata y celebra risueña.
El destino en Córdoba
En 1950, para estar cerca de las dos hermanas que estaban estudiando en Córdoba, Nélida y Elba se fueron a vivir a la capital provincial. Orientaron entonces su interés hacia la actividad comercial. Lejos, muy lejos, quedaron la confección de prendas y los bordados. Instalaron una ferretería en barrio Colón -Manuel Rodríguez y Asturias- y por décadas fueron entusiastas propietarias de un negocio que les dio satisfacciones y buen pasar. La hora del retiro, aceptada con serenidad, las encontró siempre juntas. Un problema de salud de Elba, que ya se está superando, las hizo retornar a San Francisco, al reencuentro con amigos y familiares y al plácido transcurrir de sus días rodeadas por el respeto y el afecto que supieron ganar.
Al despedirme, les pregunto : ¿Qué es lo mejor de este tiempo? Elba se entusiasma al momento de contestarme: -¡La Libertad!, dice… ¡Qué maravilla ser libres! ..Nélida acota: -Sí, ser libres, lo cual no quiere decir que se pueda hacer lo que a uno se le ocurra…¡Hay que pensar siempre QUE EXISTE LA LIBERTAD DE LOS DEMÁS!... ¿Más contundencia en el concepto?: ¡imposible!
Para Nélida y Elba Barotto, mi admiración y agradecimiento.
PRÓXIMA NOTA: El misterio de los símbolos masónicos en el panteón “1-677”